Emilio, el dinosaurio

Había una vez un grupo de niños de salita de 4 que no tenían mascota. Y junto a su seño, entre todos, soñaron a Emilio, el dinosaurio.

Y me confiaron la tarea mágica de convertir a Emilio en realidad.

Me trajeron retacitos de tela, que alguna vez habían sido vestiditos coquetos, polleras de mamá, ranitas abrigadas.Y algunos me contaron la historia de ese retacito o por qué lo habían elegido.

Después, sola en mi taller, me encontré con una montaña de telitas y la responsabilidad de que Emilio tome forma.

Tenía que ser abrazable y alegre, divertido y amistoso. Porque iba a ser la mascota de niños muy pequeños y porque iba a llevar un pedacito de la vida de cada de uno de ellos en su piel.

Y a prueba y error, durante muchos días, lo fui construyendo. Siempre hay un momento en este tipo de encargos (que son los trabajos que más me gusta hacer) en el que el corazón me da un vuelco y me parece que arruiné todo y que no tiene solución. Pero después de ese momentito, trabajo mediante, viene otro donde el corazón me late más rápido porque siento que encontré el camino. Y de ahí en más todo es pura diversión. Un detalle aquí y otro más allá, pensando en la sorpresa del futuro dueño.

Y Emilio quedó listo. Pero la historia no termina ahí, porque hubo una segunda parte donde la sorpresa fue para mi.

La seño Lau, que es la maestra que todos querríamos tener si tuviéramos 4 años (humana en el sentido más bello de la palabra, alegre, divertida y respetuosa de las necesidades de sus alumnitos), me invitó a acompañar el momento en que Emilio fuera presentado a los chicos.

En la salita había una gran caja de regalo. Había estado ahí todo el día y habían jugado a adivinar qué había ahí dentro.

Hubo muchas ideas: algunos decían que comida, otros que un juguete, que era pesado, que hacía ruido al sacudirlo. La intriga crecía.

Por fin los invitó a abrir la caja. Todos corrieron a hacerlo y apareció Emilio, entre una ola de niños entusiasmados por descubrir la sorpresa.

Lo que siguió fue más emocionante para mí todavía. Caritas de asombro señalando al muñeco y reconociendo en él sus retacitos.

Laura les contó que yo era una mamá que con las telitas que ellos habían traído había hecho a Emilio. Y me miraban con caritas de no poder creer cómo una mamá podía hacer un dinosaurio. Me hicieron preguntas, me dieron abrazos, y muchas sonrisas y palabras de cariño.

Y me fui caminando a varios centímetros de suelo, agradecida a la vida por la posibilidad de hacer mi trabajo y de disfrutar momentos así.

Gracias, mil gracias Seño Lau y a los niños y familias de salita de 4 (hoy ya en preescolar) de la escuela Vivir y Convivir, por encargarme a Emilio y por dejarme participar de un momento que fue alimento puro para mi alma.

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